martes, 1 de diciembre de 2009

Cinco relatitos de a seis

Pase de frente, casi noctambulo, inconsciente, pero eso sí muy humano. Pues sentía en mis pies el suelo ya congelado por la noche y los brazos volatiles ya convencidos. Tome mi dirección para mirarme en el espejo. -Que hermoso eras, recordé y no yo (al verme comprobaba mi belleza) si no él, al que tantas veces le escribí en rumbos de piedra y sal despedida, y hasta me atreví a dejarle una carta y una postal. Lo hice por que era monstruosamente bello, y de vez en cuando me cerraba los ojos con las manos para evitar mirarlo de cualquier manera.
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Casi todo se parecía, las copas de vino medio vacías, las colillas de los cigarros aun encendidos, su sonrisa funesta y los actos de los demás fingidos para no caer en la muerte de la noche.
El frío nos abochornaba a todos por culpa de la mota y las otras sorpresas, yo miraba relacionando gestos, uniendo puntos hasta darle símbolos y los encontré en ti, en la cabeza un colibrí, en el pecho un lagarto, en la cintura una estrella y en los pies unos cactus acosados por gobernadoras. Eran los símbolos y yo, tu eras una proyección maldita de ellos.
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-Eres una fuerza de la naturaleza. Me dijo, lo tomé como ofensa en verdad me hizo sentir mal, por que me lo dijo cuando los huracanes de mi corazón se apaciguaban con el llanto de sus besos, luego pretendí entender el concepto... Me creyó. Luego deje de creerme a mí, con esas seis palabras me aterre, se acabo mi vocabulario y sólo las acciones surgían como lava de volcán bien adentro que enrojecía de verguenza y coraje. Quería volver al desastre y a las manías, y la repulsiva seriedad que me atormentaba por aquellos días de julio.
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-Para que te vistes así, por que te arreglas tanto y además te arreglas la sonrisa como si quisieras dejarla ahí durante toda la noche? Le dije a Ruiben. -No va a suceder nada más que un poco de seducción barata, sexo monótono y un desgajamiento de tiempo impreciso que te mantendrá rogando por más besos, quizás alguna llamada perdida y volverlo a ver. Seguí escupiendo su destino y luego callé. Me vi, ahí parado frente al espejo del baño emulando movimientos sin patrón alguno, casi pido perdón, a mi y a mis manos rezando.
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Las estrellas no se levantaban así por que yo no les daba motivo. Pintaba con acuarela a una mujer desnuda atada a unas cadenas, algo muy similar al alma en pena, en tonos rojos, amarillos, verdes, negros y cafés que siempre uso a modo de consolación, luego por estúpido se me ocurrió la idea de subirle unas estrellas indiferentes arriba de la cabeza, me sentía yo, ilusionado. Pero la mujer sufría de acuerdo a lo que iba pintando y yo sabiendo que las estrellas se veían horribles ya llevaba la novena, como mi noveno sueño y mi novena arrogante fantasía.

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