viernes, 4 de diciembre de 2009

Cuento pequeño y de luz


Cada tarde antes del anochecer Magdalena salía al balcón con la excusa de recibir el viento fresco antes de descansar en su habitación. Mentía, por que al sostenerse al barandal justo antes de suspirar pensaba en un caballo casi unicornio, lo más sublime que había visto en su vida pero por muy poco tiempo y el cual se le había escapado de sus brazos sin tiempo preciso para abrazarle. Derramaba una que otra lágrima perdida en el concreto del balcón, dejando el barandal se llevaba una mano al rostro para disimular y la otra al cabello para imitar al viento que había perdido por estar pensando en aquella situación.
El caballo casi unicornio tenía el don de cambiar su pelaje de color a su arbitrio, dependiendo de su humor y sus recuerdos pasaba de las tonalidades pastel a los rojos intensos y a los negros brillantes. El caballo casi unicornio siempre quiso volar, cabalgar sobre los suelos de la gran ciudad no le bastaban, quería elevarse a los cielos y conquistar con sus colores y sus sueños toda la magia horizontal y aventurera. Un día de tantos intentos y golpes a causa de las caídas de gran altura por su obsesión, lo logró, con gran esfuerzo y dolor de sus costados salieron dos alas desgarrando para después curar y bendecir el vuelo.
Magdalena una tarde de octubre lo descubrió al salir a su mentirosa rutina de sentir los vientos antes de regresar a su habitación. No tan lejos, no tan alto, vio un caballito casi unicornio de color morado volar sobre los aires y los humos de la vida cotidiana. Magdalena sonrío como nunca, pero antes quiso gritar y regresar a su habitación y encerrarse y armar un berrinche adolescente. Más al ver el vuelo perfecto que el caballito unicornio reproducía sobre aquel cielo se contuvo, y fue ahí cuando su sonrisa lanzo un rayo de luminosidad que aumento el espectáculo que esta tarde la gente transeúnte y ella veían. Un caballito casi unicornio iluminado por un brillo de paz y de respeto que sólo los dioses podían rectificar de puro.
Magdalena dejo de sonreír y el caballo casi unicornio de inmediato busco de nuevo la luz, comenzaba a preocuparse más no tardó en encontrar a la responsable, inclino su vuelo hacia el asfalto y antes, miro dos brillos más constelantes, eran los ojos de Magdalena, quien no nesecitaba sonreír puesto que sus ojos emanaban una luz más delirante que la que provenía de su boca, -Es amor y pasión- Dijo el caballito casi unicornio, -Cómo no lo supe antes- Y bajo hasta el balcón postrándose libre como siempre y entregado.
Fue entonces cuando sucedió lo inesperado, el encuentro se fundió en una batalla mística de estrellas, de arcoiris, de planetas, había incluso aguas de los mares celebrando la sorpresa.
Una caricia lo selló todo, y una palabra inexplicable dedujo todo lo que tanto había buscado Magdalena y lo que tanto esperaba el caballito unicornio

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