viernes, 11 de septiembre de 2015

Cuando el destino.

Y es que a mí cuando el destino
me descubrió besándote la espalda 
preferí esconderme muy dentro de ti,
hasta que un día me aterró la idea de no encontrarme 
y lloré hasta ahogarte para salir flotando por tu boca, 
y te vi pronunciando mi nombre como resultado de un naufragio 
y fue entonces que me fui alejando y alejando hasta llegar a tierra firme.

Y me vi con una herida en el corazón hermosamente abierta,
una herida tan dulce como el dolor de perder sin arrodillarse,
como cuando el ayer te abraza sin clavarte un cuchillo,
como quien mira los atardeceres sin apretarse el alma a menos que valga la pena.

Tuve que irme, entenderlo, un mérito parecido a una lluvia de cenizas
después de un fuego amorosamente prolongado, pero bien merecido,
para comprender que lo que ya no arde no quema
y el alma necesita encenderse y resurgir para el amor.

Hoy los días siguen sucediendo y te echo de menos -No lo puedo negar.
Y de alguna manera permanece el fantasma de tu sonrisa 
cuando mirándome a los ojos me decías que en tus manos 
cabían todas las razones para amarme en mis días de caos.
Y lo sigo creyendo y sigo creyendo en ti aunque me cuestioné
las noches de mis sueños sin ti, aunque viva esperando amores
de camas ajenas y tenga que deletrear tu nombre en cada orgasmo.


No hay comentarios.:

Publicar un comentario

Diga Usted.