viernes, 18 de septiembre de 2015

Que va, el amor también.

¿Sabes algo?
Resolví el acertijo que dejaste en el sitio donde nos quisimos por primera vez.
El resultado se parecía a una herida muy similar a la mía con la diferencia
de que la ciudad había detenido el tiempo en ese parque 
y a mí me ha estado haciendo correr a contrarreloj el muy cabrón.
Por un momento me detuve y me odié con ese odio 
que sólo puede dar el amor cuando te abofetea 
sin que pongas la otra mejilla.

Y comprendí que nunca pude odiarte,
pero que tuve que soltarte para amarte
que tuve que seguir amándote para soltarte.
¿Te acordarás de mis latidos? -Me pregunte con la mano en el pecho. 
Y juro que por un momento sentí tu mano entrelazándose a mis dedos
como si estuvieras diciéndome que al final lo conseguimos
pues yo esa tarde, también, por fin era libre.

Y que también me soltaste para amarme
y me amaste para poder soltarme,
que no podíamos conformarnos con mirarnos
a los ojos de vez en cuando sólo para decirnos
mentiras dolorosamente hermosas,
que tu vida se agotaba entre mis piernas
y mi vida terminaba en tu barba:
las únicas dos razones de nuestra locura
lo demás era aferrarse a la no soledad,
a la no desesperación, y si a la ansiedad
de dos labios que se besaban únicamente
para evitar el olvido inmediato.

La realidad tiene su mérito -Qué va, el amor también.
La conjugación de ambos arde y quema y golpea y pellizca el alma, 
pero sin ello estoy seguro de que jamás hubiéramos despertado 
de ese sueño inútil aunque seguirlo imaginando enamoré y duela.

 






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