viernes, 25 de septiembre de 2015

Sugerencia de uso.

Hoy, la primera de todas las mañanas desperté con un sabor inexplicable en los labios
si hubiera sido posible besarme a mí mismo sin duda lo hubiera hecho,
pero sólo pasaba mi lengua por mis labios imitando la mueca de un antojo
o suspirando para llevar ese sabor hacia dentro y descubrir el significado.
Desperté sin mayor mérito, con las mismas ojeras, las misma cantidad de pestañas
y la misma cantidad de recuerdos apegados a mi rostro y al espejo.
Conté los días: veinticinco, veintiséis, veintisiete y me detuve a pensar en la misma acción de aquella primera mañana del año pasado donde desperté abatido por mi propia voluntad y recordé que en el espejo no había ni reflejo ni recuerdos, parecía un vacío, un hoyo negro, una noche cayéndose a pedazos, yo cayéndome a pedazos.
Y apreté los ojos y contuve las lágrimas pero siendo la desobediencia mi mayor disciplina terminé por llorar, me di cuenta que las frases que te encuentras en canciones, en las calles, en las voces de la gente por más ordinarias que parezcan tienen razón o un propósito: -El tiempo no perdona, -El tiempo lo sana todo, -Tiempo al tiempo. Y una vez más me permití la capacidad de asombro: el tiempo a quien había culpado durante la guerra contra mí mismo, sin darme cuenta se había convertido en mi mejor aliado, mi estratega y mi escudo; nos habíamos detenido juntos, de la mano y ahora en el espejo lo veo victorioso con una bandera blanca pidiendo tregua, pidiéndome no resistirme más y transitar.
Ya dictada la rutina de llorar fui a preparar café, al primer sorbo me vino ese sabor con el que había despertado y con el todos las imágenes y los aromas, los besos y los abrazos de amigos, de amantes y desconocidos con los que llené los renglones en blanco de mi nueva historia y que me negaba a leer porque me aterraba descubrirme como un obsesionado del amor, un convencido de que el amor destruye o reconstruye. Salí de la sombra y observé a mi piel viva de nostalgias como si con ellas estuviera preparando la reconstrucción, edificando sensaciones y limpiando dolores y viejos rencores; y así fue, con el paso de las horas, con el café y mis ojos mirando por la ventana comencé a sentir un alivio, un respiro tan fuerte que al exhalar me hizo despojarme de todo, de todo menos de mí, de mi fuerza y mi entrega, mi voluntad. Me perdoné. 
El amor se va, una sola persona es capaz de arrebatártelo y dejarte a la orilla del abismo mirándote desde atrás para verte caer. Pero el amor también llega -o mejor dicho nunca se va-, lo evadimos o lo escondemos porque el dolor nos parece dulce y el sufrimiento una idea clara, y es justo dolerse y es justo el abismo cuando sabes que de alguna u otra manea saldrás de el porque no era el tiempo y no lo es, nunca lo será aunque quien haya masacrado tu felicidad te empuje de nuevo, de nuevo saldrás hasta que un día cubrirás con sus restos ese agujero de penas y llegarás al otro lado. Yo lo logré, lo conseguí y me queda la ausencia pero no pesa y en mi pecho habita un mar en calma, y mi cabeza es un nido de metáforas y amores frescos y en las manos siempre llevo un ramo de flores incapaces de marchitarse pues somos la vida misma.
   

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