Te cuento esto
porque no he dejado de buscarte,
la vida me escupe en un sueño la sangre de tu corazón
y soy yo quien renuncia a todo lo que no sea tu rojo.
Podría decírtelo de otra manera:
que los dos morimos en el accidente
del abrazo,
que tu muerte golpeó mis noches
y las volvió un lienzo de penas
en las que dibujo tu rastro.
Que un día amanecí
con la piel envenenada
por tu saliva,
que no morí,
pero que terminé
pareciéndome
a ti.
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