sábado, 18 de abril de 2015

Me rindo, mi amor.

Yo estuve aquí, amor,
te sostuve en mis manos
como a un hierro ardiente.
Me rindo.

Tuve que tenerte para adorarte,
tuve que abandonarme para tenerte,
tuve que echarte de menos para sumar
melancolías de medio día,
y nunca te encontré a las tres de la tarde,
no estuviste en la parada del autobús
ni en el salón de clase,
ni en los labios de ningún bar,
tampoco en mi corazón que habitaba
todo lo que significabas y a veces
me obligaba a que no fueras nada.
Tuve que perderme en tu otoño
para irme al invierno
porque en mi cuerpo había un frío
que lastimaba al no acariciarme
y era cuando tenia que rendirme,
amor, me rindo.

Hoy tengo tu retrato y no es el mismo,
te persigue la muerte casi como a mí:
nos dan los mismos dolores,
nos golpean los mismo recuerdos,
nos seducen los mismos ardores
porque tuvimos las mismas penas
y cargamos con la sombra del desamor
hasta terminar pareciéndonos,
a eso pues, ahora le llamo querernos,
-Con algo me tengo que conformar-.
Porque si tuve tu cuerpo sobre el mío
y a besos escribí sobre él mi futuro,
al no tenerte me aprieto el cuello
a solas y lloro a escondidas,
y camino lento por si de pronto
te da la gana alcanzarme
o por si se acerca la memoria
de cuando me hacías el amor
sin que yo te lo hiciera
y se me haga agua la boca.

Pero me rindo, amor,
en verdad no puedo más,
estuve gritando tu nombre tan fuerte
que la ciudad me abofeteó sin ti
y me hizo guardar silencio
empequeñeciendo los días
en los que la soledad se parece
a tu boca besando mi boca,
a tu piel escurriendo una canción
de amor sobre mi piel,
a mi reflejo,
cuando mirándome al espejo
repito mil veces
-Me rindo-.












No hay comentarios.:

Publicar un comentario

Diga Usted.