Pertenezco a la estadística
de los que tienen el corazón dislocado.
Un día fue tanto tu peso que cuando te machaste
me obligue a cargar con lo que quedaba: dos amores tristes,
cuatro abrazos que no se hicieron justicia y cien bocas
en la mía que me abandonaron a la suerte de tu recuerdo.
El tiempo me hizo dejar sonrisas
en la otra esquina de la ciudad
para llover estrellas fugaces en las mía;
y al cielo le dio por mirarnos
de otra manera,
a ti en la casa del amor,
a mi en las ruinas de la mía.
A veces camino despacio
ya no por esperar a que me alcances,
sino porque me duelen los hombros
con tus despedidas diarias,
y la frente en alto es una simulación,
pues nadie sabe que cargar con tus sueños,
con tus canciones y con todos tus guiones
es tan triste como el lastre que llevo en el alma.
Y me imagino todos los abismos
entre los amaneceres y las tardes huecas
donde te sigo extrañando,
preguntándome,
porque se de tantas ausencias
y tú de tantos amores.
Y aunque te he visto caer,
yo me hundo en el silencio que dibuja tu nombre
y aprieta mi garganta para no pronunciarte
cuando me estoy muriendo de amor por despertar.
Sin saber que este amor es para mí y mis pasos lentos,
para mi cuerpo y sus cansancios,
para no tener sed en mi camino
donde tu peso
finalmente
poco a poco
se va diluyendo.
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