lunes, 28 de febrero de 2011

Un dia que caminé

Iba caminando por las calle del Bolívar, algo que sentía muy adentro me iba suavizando la mueca de mi rostro calado por la noche, caminaba frente a lo que parecían estatuas apiadándose de mi, y yo añoraba una respuesta, el abrazo de alguna abstracción del viento, el beso de la hoja de un árbol, la sonrisa de un niño perdido... Pero me sentía diminuto en la transfiguración de esa calle infinita, queriendo huir evaporandome en el arruyo del canto de las palomas. Esa calle que vio crecer a mi madre y que ayudo a parir a mi abuela y a cuidar los hijos de sus hijas y los hijos de las putas que los abandonaban ahora parecía traicionarme y el suelo se derretía frente a la inevitable mirada llorona de mi corazón. Pase por ahí y creí que me había equivocado de sitio, creía estar en otro lugar donde no me pertenecía nada, ni mis pies, ni mi boca, ni mi música, ni las palabras de mi boca, ni la destructiva memoria de mis versos.
No podía más que intentar soñar elevando mi mirada entre la oscuridad para ver las lucecitas y los foquitos de las casas que brillaban y que eran almas por que también eran almas que como yo parpadeaban dejando atrás por instantes melódicos y sabores de la infancia por que de pronto ya todos habíamos envejecido. Sin quererlo yo me había desintegrado, ya nadie me veía, me asomaba por el vidrio de mi café favorito y los veía a todos reír, nadie me presentía ni me veía llorar. El único consuelo existente era ese aroma de la noche, el que sólo puedo sentir en esa calle y no en las otras de otras ciudades, de otros reinos. Pero aún así quería huir las calles en vertical, en horizontal, en perpendicular que cruzaban por el Bolívar se cerraban y me dejaban un camino libre que para mi era un infierno de tatuajes para la desazón de mi cuerpo. -Que triste el Bolívar, me cuestionaba nervioso, que triste yo y la palpable huella de los muertos que caminaban casi como yo pero sin respirar, mientras yo respiraba inhalando los besos del rencor. Rencor tras rencor que envenenaban mis ansias... Y luego la lluvia que comenzó a caer para jugar conmigo a ser consiente. No lo consiguió, no lo conseguimos. Seguí la ruta sin opciones y sin dejar el llanto ahora confuso queriéndole ganarle a la lluvia.

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