lunes, 21 de febrero de 2011

Ella

Se quedo ahí, doliéndose en los instantes en los que recordaba la penetración tan brusca y dulce a la vez que la hicieron voltear los ojos, babear y gritar ahogadamente una serie de verbos enamoradamente obscenos. Yacía casi desvanecida con una mano en la cabeza cubriéndose de la poca luz que invitaba la madrugada y con la otra mano acariciaba su sexo como si acariciara a la niña interna abandonada por su madre. Lloraba poco, pero era más la sonrisa de su boca que le arrugaba el rostro y el desatino. Su sinsabor, se burlaba de ella misma sabiendo que la estructura de su cuerpo iba a volver a su forma original, irónicamente imaginaba que él, el hombre con quien murió en una hemorragia de placer y pasión iba a cruzar la puerta por que la que se había marchado, con un cigarrillo en la boca para compartirlo con ella y algo de desayunar, quizás fruta y café. Nada

Seguía dibujando la traviesa risa de su desgracia, se le ennegrecían las ideas y los sueños de unos tristes planes, de marcharse de aquella habitación del motel jodido y pasajero, de buscar al amante, de buscar otra compañía otro molde exacto para su entrepierna, otras manos filosas, otro beso inquisitivo que le susurrara puta a modo de secreto. Y no buscaba nada, se escondía de ella misma y era incapaz de levantarse de la cama para tapar un hilito de luz que se colaba por la ventana, prefería su mano en actitud de víctima y drama, desnuda con la sabana enredada a penas en su pierna izquierda, así permaneció inmóvil, inerte mientras imaginaba en una locura fugaz que él la besaría y le diría que el sexo fue bueno, que en realidad maravilloso y que tenía los ojos más bonitos y los senos más firmes y el sexo más apretado que había disfrutado en su vida sexual. Nada, no sé movía, sólo llamaba a su atención esa luz que se intensificaba por culpa de la mañana, ya no era una molestia era una inquietud, su mano se negaba a moverse pero sus ojos urgían de saber claridad. Algo muy abrazado a ella la traiciono, gustaba de la desgracia y aquello que la tenía tan invisiblemente en un arrumaco de amor verdadero la obligo a mover la mano, la luz tocó directamente su rostro, ilumino sus razones y se miro por dentro. –Morí en esta batalla para resucitar y conocerme de nuevo, renací en el acto simple de unas pocas horas de lo que no fue amor-.

Se levantó de la cama se vistió y miro hacia atrás sólo para no ignorar lo que le había despertado el gozo y la virtud de volver a Vivir.

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