He visto mi propio llanto
en el espejo de mi alma
y no lo entiendo,
parece incesante
como un río furioso
sin comienzo ni fin.
He sentido a mis manos
convirtiéndose en agua
creando maremotos
cuando intento escribir
tu nombre.
He visto al cielo caerse
a pedazos muriendo
de tristeza
porque ya no lo miro
porque ya no distingo
lo bello de lo inevitable.
-Pero mi boca es quien
tiene la última palabra-.
Porque puedo pronunciar
que mi vida ya no tiene
la armadura que me vestía
de golpes y maltratos
y desnudo camino entre
certezas y realidades.
He huido y en el camino
encontré la vuelta a casa
un retorno cubierto de
flores que también son
esperanza.
He vivido sabiendo
que hay un puñado
de pájaros en mi
pecho,
que puedo volar con
ellos,
que puedo cantar con
ellos.
.
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