viernes, 13 de junio de 2014

Los tiempos de mi memoria

Metódicamente día a día me dedicaba a escribir un fragmento con la intención de reunirlos uno a uno hasta formar la historia de mi vida. Recolectaba historias frágiles, palabras de hierro ardiente que atravesaban mi razón y lágrimas hechas tintas para continuar redactando tragedias.
 La evocación tiene la cualidad de arropar nostalgias bellas pero también de un momento a otro puede convertirse en el látigo para lacerarse con la mas cruda de las melancolías. Yo elegí el látigo, comprendí que el miedo a las palabras es un verdugo implacable que no te permite respirar, te ahoga entre las sensaciones que inventas para evadir lo que constantemente te hace daño, lo que te lastima como un espina enterrada en la mano o un dolor del costado por dormir en una mala posición. 
Fui desmenuzando las palabras hasta encontrarme con el caos que llevo dentro e inevitablemente acepté el desnudo de mi esencia. 
Nunca fui un chico normal desde pequeño adopté poetas y cantoras que trazaban horizontes donde yo pudiera mirar incluso una idea extraña a cerca de como se concebía el amor bajo mis propias reglas y conclusiones, me creé manías e ilusiones y también comencé a fumar a los dieciséis, no miraba televisión y contaba con un reproductor portátil con discos de Liliana Felipe, Eugenia León y Mercedes Sosa. El primer amor fue el primero, el del beso con música de fondo y retortijones en el estómago el de las manos que se equivocan entre caricias y apretones, amor que se fundió entre una bala y la sangre derramada que nunca vi hasta que me descubrí abrazando un ataúd frío y lleno de secretos. -Se fue ya no existe. El amor desmedido no traiciona pero la muerte también abrazó esa caja de metal la misma en la que yo lloraba.
Aumentando otro año fumaba mas y me dolía la ausencia de abrazos y carcajadas adolescentes, leía a Pizarnik y a Storni, estudiaba a Sor Juana y a su Primero Sueño. Lloraba con facilidad y me recluía en mis adentros dándole explicaciones al dolor para detenerlo porque otro año más y me venía la mayoría de edad.
Decreté nunca dejar de creer en el amor y me cobijé en los brazos de mi madre quien consolaba las piezas rotas de mi cuerpo abandonado. -¿Qué no el amor es para siempre? Silencio.
Con el transcurso de los años algunas manías fueron desapareciendo ya no me comía las uñas y al fin podía dormir con la luz apagada. Justo así se han venido los años donde puedo reconocer lo que duele menos y lo que duele mas, lo que es incierto y lo que tiene que ser porque los astros lo han dictado en mi corazón.
Aprender del abandono no es fácil sus lecciones son un reto y un albur. Pero la catástrofe es inevitable y la locura justificable cuando el entendimiento se te clava en las entrañas con la lanza del amor.
Recordar, añorar, pensar, analizar. Me descubrí expuesto ante el monstruo de la indiferencia y continúo perdido entre los escombros de algo que no pudo construirse y lo acepto y me pongo de pie aunque a veces caiga de rodillas, el llanto es lo de menos. -¿Qué no el amor es para siempre? Silencio. Volví a preguntar ahora a esta edad y con este cuerpo que ha vuelto a su forma original sembrado de circunstancias bellas y lejano a cualquier ciudad recorrida por mi alma, con esta sonrisa impregnada de locuras, con este corazón que se estremece con una noticia o con una especulación. ¿Si no me lo creo yo quien mas? La vorágine del amor también incluye veneno y antídoto la mayor importancia es saber cual elegir.




    

No hay comentarios.:

Publicar un comentario

Diga Usted.