miércoles, 18 de junio de 2014

El derecho al hubiera

Hubiera fumado el último cigarrillo acompañado del último café por la mañana, cuando te encontrabas dormido en esa posición que siempre me causó asombro. Y así mientras bebía y fumaba hubiera tenido el tiempo suficiente para odiarte y para huir al último sorbo de café. Pero me quedé, el lunar que tienes en la mejilla me entretuvo la mirada y comencé a imaginar como de ese punto se pueden partir un sin fin de circunstancias y futuros que jamás fueron. Una nariz, un par de ojos pequeños de nostalgia, una calvicie inevitable, unos labios desproporcionados, cicatrices de la infancia y una barba antigua.
De haberme ido el cielo hubiera dejado de cantar su canción y ya no habría sido testigo, pero yo miraba a travéz de la ventana y mis ojos se inclinaban por una frase el cielo de chihuahua fue testigo y mis manos querían alcanzar ese cielo para palparlo y palparte y convencerme de una justicia de encuentros de febrero y marzo.
Pero no hubo mas, me resigné a dejar la taza de café en la cocina como de costumbre, pero esta vez con el cuerpo apagado de palabras frías y razones del corazón -¿Quién entiende del corazón?.
Mi único objetivo era regresar a ti y aunque el olor a cigarro era indiscutible no me importó porque volver  a tus brazos mientras dormías me exigía abrazarme a tu espalda y a besar tu nuca, besar tu nuca con esas palabras que sólo se dicen a besos, las palabras te las dije también con la voz,  las mismas que tú repetiste una vez que despertaste.
Si en mi recuerdo cabe, caminé entre el frescor de la mañana buscando el prisma de tu pecho y deletreando cada palabra mencionada por los dos para que no se me fueran a olvidar llevaba conmigo una lágrima enterrada en el ojo izquierdo y una verdad en el ojo derecho sabiendo que el costo de desenterrarlas me costaría una desazón inevitable. Cuando uno camina entre las calles que parecen nada con el propósito de encontrar algo el imparable destino se convierte en una cruz que hay que cargar hasta rendirse. -Postergar lo inevitable. Morir de los pies para arriba, acabar con el resto del cuerpo desnutrido de anhelo y sentir como se despedaza un corazón. -El dolor es inevitable.
No hay mas, pude haber estado en el sitio de la comprensión donde no hay licor de amatistas ni humo de incienso, donde las palabras son palabras de hierro ardiendo, donde lo que es para siempre se vuelve un decreto imborrable sin ojos ni manos ajenas, sin cristales fugaces. Pero no pudo ser, no hubo entendimiento en la locura, ni libros por leer, ni en la música por conocer, ni en nuestra soberbia por discutir. No hubo nada.
El café fue mi consuelo pero no los besos ni las manos maltratadas por caricias imposibles para mi.
Se me negó el derecho a reconocer la tierra que pisé, se detuvo el fulgor en mis brazos y llegó la muerte a dar sensaciones de nada a nadie, a aparecerme entre la gente como un desconocido.
No hubo mas, las coordenadas a seguir las consideré equivocadas pero no lo estaban, la brújula se fijaba en el sur de la crueldad a donde llegué para ser lastimado por un dibujo, una mancha de pintura, un trazo de tiza sobre una pared adobe.
Cuando las especulaciones se abrieron pude haber cerrado las ventanas de mi cuerpo para evitar ese dolor de costado que me aqueja, la exhibición de mis motivos, mi excesiva manera de evadir, mi falta de congruencia -¿Quién entiende del corazón?
Pude convertirme en cenizas y hacer que las soplaras para incluirme en el viento eterno que acompaña sentimientos vulgares y escenas de enamorados. Y tal vez así no hubiera construido la idea sobre los cambios de mi rostro, que si mi voz ya era otra, que si soy una catástrofe, que si mi arrogancia te hacia daño y le hacia daño a los tuyos, que si sabía mucho de todo, que si leía demasiado, que si ya había envejecido, que ya no había sabor cuando hacíamos el amor.
Pude haber construido ese mundo del que tanto hablabas, pero era yo  ya había construido no un mundo si no un universo, pero no se pudo, no hubo mas.
El caos que llevo dentro es muy mío y por lo mismo le tuve miedo a las palabras. Hoy no, no hay miedo en el brillo de mis ojos ni en la ausencia de mi piel. Aquí vivo en el caos y si las lágrimas causan lluvia aquí ya estoy acostumbrado a la tormentas.




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