viernes, 23 de agosto de 2013

Fuego I

Nomas me termino este cigarro y me detengo.
Era la llama de una vela que amenzada por el viento se movía y tambaleaba y tronaba inquieta ante la desazón de desaparecer, la de apagarse, la de morir, la de renacer, la de no ser quien en principio era.
Por primera vez analizaba su futuro y brillaba avivándose a cada instante mas y mas porque le aterraba la idea de morir, y ella definitivamente no quería morir la idea en si le parecía estúpida. -Quien quiere abandonar el fuego?-. No, el fuego provocador de llanto hecho cera se aferra a las leyes de su propia esencia, de negarse a la infortunio de una carcajada de la muerte.
La vela firme no habla porque no tiene vida, es sólo un conductor inerte que en su ternura estática da lugar a quien se gana la corona de luz amarilla, roja y azul, la que quema con su baile, la que lastima para advertirnos del peligro de encendernos el alma, la que a veces no dice nada, la que huyendo lo destruye todo, la ausencia de la claridad, la claridad de las catástrofes.
Esta luz que emana en vano sigue luchando, el viento ha tomado tremenda determinación en acabar con ella, en romper el mito del fuego eterno y la luz eterna, su único objetivo se basa en sus propia ley, la de levantar de cenizas y lanzarlas por el cielo, la de desenterrar muertos y susurrar historias a desconocidos.
El viento sabe lo que quiere y en su magia tiene la virtud de llevarse lo que consta como añoranza y recuerdo, para luego convertirlo todo en nostalgia. 
   

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