jueves, 10 de noviembre de 2011

Segundo viento

No hay  lágrimas que perdonen ni manos que las consuelen, no hay lamento que consiga callarse cuando el dolor es huésped.
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Estaba sentado en la banca de parque aparente en una esquina, abrazándome las piernas con un brazo y con el otro mi mano abrazaba la compañía de un cigarrillo. Era de madrugada y un viento cálido me arrancaba las lágrimas al lado de una canción "Cucurrucucú paloma" la cantaba Eugenia desde mi Ipod y sentía como si estuviese frente a mi acariciándome la cara con su canto mientras yo lloraba sin prejuicios viendo la gente pasar. Lloraba por mi madre. por un abandono amoroso y por una traición lejana a ese abandono. Me sentía frágil ante las miradas de quien me veía llorar  y me sentía débil, vació intentando desatar nudos en mi cabeza que apretados solo me dejaban un dolor inmenso y absurdo. Cerraba los ojos y miraba una fotografía en forma de postal a blanco y negro con un niño jugando con la tierra. Me preguntaba si era yo ese niño y que de haberte entregado esa postal me hubieras querido

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