lunes, 25 de noviembre de 2013

No Fumar

Anoche te extrañé, fingí que mi alma asaltaba a mi corazón -Dame todo lo que tienes hijodeputa-, y con un cuchillo de cocina lo pinchaba despacito para sembrarle miedo y soltara todo lo que traía consigo. El corazón opuso resistencia pero comenzó a llorar, al alma le dio un bochorno ya no sabía que hacer pero también verlo llorar le provocaba encajarle el cuchillo en el centro y darle vueltas como si tratara de abrir una puerta.
No pude continuar con esa escena desperté de la locura para entrar a otra y encendí un cigarrillo para que tibiara mi noche de extrañarte y de saberte bajo el mismo cielo y bajo el mismo humo que nos une. Y el cigarrillo me consumía a mi como yo lo consumía a él y el humo no lo llevábamos al alma despreciando al reloj y las manecillas que siempre me han resultado incómodas y despreciaba mis recuerdo y me negaba a todo incluso a escuchar en mi mente una canción que me había dado vueltas en la cabeza en días anteriores.
Y encendí otro, para luego otro y que ritual de ver como la cajetilla se va quedando vacía, sola la que se convierte en nada la que se vuelve inservible, la que va a la basura en un acto de despedida para que llegue otra. Y encendí otro y el placer me daba destino y la luz mercurial que se colaba por mi ventana jugaba con el humo, el humo del cigarrillo y el humo del incendio que estaba ocurriendo dentro de mi cuerpo. Pretendía tocarme pero siempre sostengo el cigarrillo con la mano izquierda la que me da placer, la liberadora, la fortaleza de caricias, la que siempre está dispuesta. La mano derecha siempre es fría y no sabe de estas cosas a decir verdad no está entrenada para nada. Así que abandoné la idea para que luego viniera otro cigarrillo y otra sensación y otra obsesión y por ahí escondida alguna razón torturada, algún análisis, el recuento de mis años y las cartas que tengo escritas y no he podido entregar. ``Amor no fumes en la cama me decía con sus manos de la boca me quitaba el cigarrillo mientras yo dormía´´. Me acordé de esa canción -Por fin una canción en mi cabeza y la canté completita-. No era la que traía en la mente desde hace días pero me hizo sonreír. 
Miré el cenicero y ya no cabía ni una sola desgracia mas o ni un trocito de placer y yo despierto envuelto en el incendio cotidiano desde que te extraño (que es siempre) pues te extrañé.

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Me aventuré a ser un cenicero quería sentir
la brasa de un cigarrillo aplastándose fuerte
y muriendo en lenta agonía mientras yo
desde abajo reía o me complacía de ese
ardor tan potente y de su muerte frágil,
al final frágil también como yo y como
todo lo que soy sin especificar la razón
de ser un cenicero ni dar explicaciones
de su fabricación si aluminio, cristal o
ese plástico desagradable que nunca
perdura porque el calor lo deforma.
Me di cuenta que no era fácil estar
en esa posición -porque si- primero
fue placer para luego convertirse en
una infinita melancolía por ver como
uno a uno iba siendo asesinado en
mi pecho, en mi rostro, en lo que soy
pero que nunca entiendo.
Y me fui llenando de ceniza y colillas
y restos de recuerdos de los labios
que contaban secretos o algún lamento
unidos al misterio del humo gris y azul
que viaja por todo rincón incluyendo
los rincones del alma.
Así en mi posición inerte, ya por fin
sin hablar y aprendiendo mi destino
recibiendo fuego y muerte
me vi desde adentro olí el infortunio
saboree el tabaco injusto para los
corazones rotos y en esa gratitud
-porque siempre he sabido agradecer-
se me abrieron los espacios tímidos
y dulces para que pudieran caber mas
penas o también más alegrías de quien
fuma y quien conserva la ilusión del
siguiente cigarrillo que va a encender.



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