Siendo colibrí una flor me asesina.
No es de nadie esta desazón, pues sólo me pertenece a mi, yo la he construido con mis lágrimas polares y con los incendios de un norte maltratado. Nadie mas que yo evoca recuerdos de una juventud extraviada en libros, letras y notas musicales. Yo y sólo yo he tenido que hundirme en el río del tiempo para traer memorias invencibles y rituales no invocados.
Por que la desazón es de uno solo. Y me he obligado a llevarla en mis brazos como quien carga a un muerto o a un desaparecido, extrayéndole palabras de amor falsas y sabiendo que jamás habrá una respuesta de vuelta.
-Como es que te he extrañado sabiendo que ni siquiera existes? -De dónde nace tu palpitar? -No me vayas a decir que de un oasis mío por que me aniquilarías. No, todo menos eso, los oasis de mi corazón se secaron y se marchitaron con el ritmo de una tormenta de arena. Una tormenta que yo mismo levanté soplándole a las inquebrantables huellas de mi camino. Una ruta que yo seguí en el intento de alcanzar un beso de amor, un abrazo acuchillante o un gesto de aprobación.
He despertado en la desazón y en el naufragio borrando esquinas y olvidando pasos que alguna vez tracé, olvidando también los momentos en los que no sabía si estaba llorando o si el sol me cerraba y me humedecía los ojos con su brillo en alguna parada de autobús. Olvidando aromas y encuentros amorosos de invierno, olvidando escenas románticas y sueños absurdos.
Tremenda desazón.