viernes, 17 de agosto de 2012

Fantasma I

Ateneme las manos, con puas, con sogas ardiendo o ábrete papel y pluma que te voy a dictar un desencanto.
Y es que iba caminando por la Queen st enfundando en los jeans mas ajustados sobre la faz de la tierra, lo de arriba no me interesaba, playera, ramera, camiseta, con un textura, un diseño tal vez, negra, blanca, morada porque son los colores que me gustan, iba rumbo a casa de Roberto que odiándome yo me le incaba con palabras de amor, -Ya dejemos todo atrás y haz de mi tu universo, pensaba, Con mi reproductor mp3 en mi bolsillo escuchando lo mismo de siempre y volviendo.  A veces no hay regreso, la nostalgia me carcomía las entrañas y la estúpida sensación de extrañar me rugía por dentro como una fiera. Absurdo pues que lo considero porque justo me estoy acordando de esa sensación donde el abandono no tiene llenadero y la melancolía me rellena el cuerpo vacío  y lo invoca a algunos años atrás y a este presente tan inquietante. Digo pues inquietante por que me tiemblan las manos y las piernas y no entiendo porque, puede ser síntoma del abandono síntoma de la melancolía y la suma de todos mis fantasmas que se acercan a platicar conmigo. 
-Siéntese aquí a mi lado pues que no le pienso morder puesto que no es nada a penas le diviso entre la niebla que trae cargando en su espectral figura. -Cuál es su nombre? -Prudencia. Que perfecto pero mire que maravilla y mire que le hablare de usted por que hay que tener respeto por los muertos o es que usted no esta muerta y es sólo uno de mis fantasmas. No me responda que la conversación la llevare yo a mi  modo y usted pretenderá ser un paño gigante de lágrimas donde yo pueda hasta sonarme la nariz.
Prudencia que bonito nombre, ayer sin querer pensaba en usted y los días anteriores también, estaba recostado en mi cama luego de la media noche contemplando la nada con los ojos bien abiertos como esperando a que algo cayera en ellos y me dejara ciego, no sucedió evidentemente. Eso si las manos bien que las tenia escondidas a ellas las cuido como a nada en este mundo porque me acarician la monstruosa realidad de mi todo.
Le cuento pues que también estuve llorando unas horas antes, a mi el llanto se me da muy fácil pero esta vez  no lo disfrute, me surcaban las lágrimas por las mejillas marcando su territorio como lava ardiente y me dolía porque también me dolía el alma, y qué es el alma Prudencia? No lo sé supongo que usted tampoco lo sabe lo intuyo porque intuyo que no tiene sentimientos, el punto es que el alma me dolía como nunca me había dolido, y no estoy seguro si el alma o el corazón o los dos, y las dos piernas y los dos brazos y los dos lados de la cabeza, los dos orificios nasales, un ojo porque siempre he considerado que tengo un lagrimal mas potente de lado izquierdo. -Ay prudencia fantasmita a lado mio mejor vuélvete cobija y envuelve este cuerpo que se esa llevando el río.
Y ahora Prudencia no imploro nada, no me arrodillo porque me duelen las dos rodillas y el corazón y el ama. Como duele todo Prude, mire hasta le puedo llamar Prude nomás por que me esta cobijando. Como duele todo. No hay solución, marcha atrás.

lunes, 6 de agosto de 2012

Fragmento alguno


Y así la infamia de la vida me lleva al terreno del inquietante, incesante, impaciente, doliente y farsante río del destino caracol estúpido donde se me obliga a ir montado como niño desnudo de una infancia limosnera e inútil.
Y he querido curarme de ese vicio para no tener tiempo ni cargar con la extensiva lista de estos miserables pensamientos. Creer, crear, diferir, discernir, argumentar y sólo para empantanar las palabras y las ideas y las especulaciones que vuelven mi cabeza un carbón ardiente que hasta se puede ver la aureola como si fuera un santito, un mártir creyendo que se da cuenta de las simples cosas, con los ojos hacia arriba mirando a la inmensidad de la nada.
Caigo en el viaje del caracol estúpido por que no hay remedio, podría decir que esto es un entierro, algo fúnebre  lúgubre, funesto, terminable, pero no, lo he considerado como la orilla de un barranco en el que abajo no existe más que otro caracol que montar para continuar con el exhibicionismo de mis podredumbres y caigo, primero una roca pequeña, una más grande, los arbustos que aruñan, una contusión insulsa y un chorro de sangre de alguna parte desconocida de mi cuerpo y llego montado como mandato estelar a ese monstruo que me aqueja y me encierra en el apretado desdeño de lo impalpable.